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Friday, February 22, 2008

Andrés, ya te andamos extrañando...

Para Andres Aubry
Andrés, ya te andamos extrañando... (desde París, carta de Tamérantong!)
Adolfo Gilly


Tamérantong! (literalmente: ¡Tu madre en chanclas!) es el nombre de una compañía teatral integrada por niños de seis a 12 años de barrios populares de París. Son niños de familias francesas, norafricanas, centroafricanas, mediorientales, todos de Francia, todos mezclados como son esos barrios de París y los nuevos suburbios. Empezaron a presentar sus obras en Belleville y ahora la compañía está también en Mantes-la-Jolie y en Saint-Denis.
En el año 1999 los Tamérantong! pusieron en escena en París una obra titulada Zorró el Zapató (con acento agudo, como lo pronuncian en francés), inspirada en la rebelión zapatista. La acción trascurre en una población llamada San Totó, o sea, por supuesto, San Cristóbal de Las Casas. En el año 2001, junto con la Marcha del Color de la Tierra, los 24 niños de Tamérantong! vinieron a la ciudad de México, representaron cuatro veces su obra en el Teatro de la Juventud a sala repleta y se encontraron con la comandancia zapatista en la ENAH. En abril de 2003 se fueron directo a Chiapas. Presentaron Zorró el Zapató en el Teatro de la Ciudad en San Cristóbal y después la montaron en Oventic, ante un público indígena enmascarado reunido para la fiesta del 10 de abril, con traducción simultánea al tzotzil.
En San Cristóbal de Las Casas encontraron a Andrés Aubry, quien les contó en francés las historias de los zapatistas y de los indígenas de Chiapas y los fantásticos relatos de la selva y sus sabios animales conversadores. Un año después Aubry los visitó en Mantes-la-Jolie, donde los niños lo ordenaron Caballero de la Orden de la Chancla.
Esta es la carta que la compañía Tamérantong! escribió cuando supo de la muerte de Andrés. La traducción ha querido preservar algunos de los modos del francés de los barrios populares que hablan estos pequeños actores parisinos:


París, 22 septiembre 2007.

La compañía Tamérantong! tuvo la gran tristeza de recibir la noticia de la muerte de su amigo André Aubry. Antropólogo francés, vivía en México desde hace más de 40 años. “Se nos fue”, como dicen allá.

André murió el jueves 20 de septiembre en un accidente de auto en la carretera de Tuxtla a San Cristóbal de Las Casas, en Chiapas. Estaba a punto de viajar hacia el norte de México, a 3 mil kilómetros de su hogar, para el gran encuentro de los pueblos indígenas de América. Tenía 80 años y todavía tenía mucho por hacer y muchos años por vivir.

Lo conocimos durante la gira de Zorró el Zapató en Chiapas. Nos guió en la ciudad y en la montaña hacia aquellas y aquellos que veníamos a encontrar. Nos contó la historia verdadera de la rebelión zapatista, el sentido profundo de la lucha indígena. Nos tradujo los signos del cielo y de la Historia que nosotros no sabíamos leer y que él podía ver en nuestro espectáculo.

Desde el principio los niños de la compañía lo adoptaron como su abuelo de elección.

–André, on te kiffe grave et pire! (André, te queremos un chingo ¡y peor!)

–Oye, André, aquí nos preguntamos: ¿no serás acaso un comandante zapatista?

–¡Mais no! ¡Cómo creen! No hay que confundir todo, niños, eh, me entienden ¿no?

Siempre decía “¿no?” al final de sus frases, el André.

Pequeños y grandes de la compañía lo escuchábamos sin decir palabra porque tenía el arte y el modo de dar a saborear sus cuentos, sus recuerdos, sus experiencias, con misterio, calor y esperanza.

Antes de que dejáramos Chiapas nos tenía preparada una gran sorpresa. Habíamos organizado una fiesta. Era el 13 de abril de 2003, nuestra última noche en San Cristóbal. Se puso de pie y se dirigió a los niños:

–La presencia de ustedes aquí... Zorró el Zapató ¿no? Entonces, todas esas preguntas que me hicieron el primer día sobre el bastón de mando... El que los indígenas entregan a Zorró en su espectáculo ¿no? Entonces, aquí traje uno para ustedes, para Tamérantong!

André tenía en sus manos un bastón de mando indígena: igual al que tenían los jefes indígenas que nos habían recibido bailando, en Oventik, antes de la representación de nuestra obra, allá en la montaña.

–Un bastón de mando indígena, ¿no?, es como un cetro. Este no es de caoba sino de cedro, no tiene pomo de oro sino de cobre, no está engastado con plata sino con hojalata … Ya cumplió su tiempo este bastón, y los indígenas se lo entregaron a Angélica, mi esposa, para que lo cuidara. Hoy ella ya no está, ¿no? Pero le hubiera gustado mucho dárselos. Entonces, ahí está, para ustedes ¿no?

André había elegido entregárselo simbólicamente a Anaïs. En el espectáculo, ella era la que explicaba a Zorró el “mandar obedeciendo”.

Anaïs apretó el bastón con toda la fuerza de sus 12 años y, “con fuego en las venas”, contestó, ahogada la voz, recitando su famoso parlamento-precepto zapatista:

André, nunca olvidaremos

Que el que manda debe obedecer al pueblo

Si es un hombre verdadero

Y el pueblo que obedece manda

Por el corazón de los hombres y las mujeres verdaderos.

Y como en el ritual zapatista, como en la obra, prosiguió:

–Ahora, André, ya no eres tú. ¡Eres nosotros!

Un año más tarde, en Mantes-la-Jolie, André estaba con nosotros. Ese día había traído decenas de cartas desde Oventik: nuestros amigos de la ESRAZ (Escuela Secundaria Rebelde Autónoma Zapatista) nos escribían. Las leímos juntos: “Un puró regaló”, le decían los niños, que no lo soltaban.

Los niños habían preparado para su “abuelo” unas improvisaciones en las que parodiaban los debates políticos franceses de la tele. El reía hasta las lágrimas.

Le leyeron y entregaron una carta de amor que habían escrito todos juntos, en Consejo de los Tongues. En ella le decían que no se encuentra dos veces en la vida a un hombre como él, que les traía la alegría ¡y peor!, que siempre hablaba con el corazón. Le daban las gracias por todo lo que había hecho por Tamérantong! en San Totó, y le agradecían también el haberles presentado a Amado, al que nunca olvidarían. Decían que se parecían mucho ellos dos porque luchaban sin jamás perder la sonrisa. La carta concluía: “¡Larga vida a André!”

Después los niños le pidieron:

–Cuéntanos por favor una historia, perdón, tus historias.

Entonces, André contó la vida de los Caracoles, allá en su Chiapas, y la última desgracia ocurrida en Zinacantán, donde unos indígenas perdieron la vida porque reclamaban agua…

Y luego contó la muerte reciente de su tan, tan querido Amado, Amado Avendaño, el gobernador en rebeldía; el homenaje popular en su funeral; la huella que había dejado en San Cristóbal y en las montañas…

Nos citó las palabras de Marcos para él: “Su muerte. Puede que sí, pero puede que no…”.

Tuvimos por fin que separarnos, después de millones de abrazos.

–Mucho valor para tu lucha por un mundo más justo, más libre y más hermoso. Nuestra lucha.

–Cuídate en Chiapas, y nunca dejes de mandarnos tus noticias…

–Prometido, oui, oui, sí, ¿no?

André había regresado a su Chiapas sin miedo y sin tacha, ignorando siempre las presiones del mal gobierno, con fe y convicción; transmitiendo a todos, con modo discreto, humilde y entero, su energía y su gran saber.

Buscaba, observaba, se comprometía, atestiguaba, corría, envejecía (un poquito, pese a todo), encontraba, se maravillaba, escribía, se impacientaba, compartía, sufría, amaba, iluminaba, se indignaba, confiaba, reía, rezaba, rezongaba, manejaba por las carreteras malas…

La Compañía Tamérantong! no lo volvió a ver desde Mantes-la-Jolie, pero André cumplió su palabra. Nos escribía regularmente la Otra Historia y, también, sus sueños.

Tan, tan querido caballero André, ya te andamos extrañando ¡y peor!
Pero una cosa sabemos: vivirás mil años más…¡y peor!

(Traducción: Tessa Brisac)

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